Angus nos sitúa con este cuento en la región francesa de Verdun, donde se dio una batalla emblemática en la Primera Guerra Mundial.
Los relámpagos resquebrajaban las nubes negras de la noche, las gotas de lluvia se deshacían al chocar contra las baldosas de la vereda, los vidrios empañados aun permitían ver el spray que sellaba la muerte de las gotas.
El crepitar de la leña era un arrullo comparado con los truenos que atormentaban a los mas débiles de espíritu.
Las lamparas de queroseno reflejaban esa luz amarillenta contra las blancas paredes, la danza constante y perfecta de las sombras proyectadas decoraban la habitación con algo de vida. La noche, la noción de la propia insignificancia, revelan el fraude de esta vida que llevo, que no puede llamarse vida.
Mis piernas colgaban inertes de mi estropeado cuerpo.
Los campos de Verdún, no habían querido concederme la muerte, se habían ensañado haciéndome inútil y miserable en lugar de terminar rápidamente con mi agonía.
La metralla que cercenó mi espina aun mancillaba mi cuerpo.
Aquel hombre joven y orgulloso ahora era un triste despojo.
Ella entro por la puerta vacilante, los tacones en una mano, el abrigo en la otra.
Su ajustado y corto vestido dejaba traslucir una figura despampanante, su rostro pálido y delicado, su peinado coronado por un sombrero que enmarcaba a la perfección su lívida belleza.
La noche había sido productiva, el olor a alcohol y su caminar zigzagueante, su maquillaje corrido y ese aroma hormonal que justificada su burlona sonrisa.
Se desnudó lentamente y se metió a la ducha. Adivinaba sus movimientos según cambiaba el ruido del agua al caer en el piso, la forma que incidía en su piel y en los valles y montañas de su cuerpo fuerte y lleno de vida, y yo...inútil para satisfacerla y hacerla sentir mujer.
Encontró en nuestros amigos, conocidos y vecinos toda la contención que deseaba, me preguntaba cuando encontraría al correcto a aquel que la empujara a dejarme de una vez y para siempre.
No soportaba la idea de perderle, pero tampoco soportaba la idea de ser una carga para ella.
Sabia que ella me amaba, que soportaba mi mal humor con estoica compasión, mis berrinches y mis celos.
Esa noche oscura estaba particularmente radiante, yo sabia que alguien había disfrutado de sus mieles.
Comencé a hablar sin medir las palabras, se indigno y respondió con una ironía devastadora.
Bajé mi cabeza en señal de arrepentimiento. Ella sintiéndose dueña de la situación solo acarició mi cabello y me recordó que yo no era mas que una molestia con la que tendría que cargar durante el resto de su vida.
No pudo terminar de retirar su mano por que tomé su muñeca con la mía, me miro a los ojos y entendió todo, nuestras miradas se cruzaron por unos eternos segundos, el puñal en mi mano y la fina hoja profundamente clavada entre sus costillas, le susurre al oído, ya no tendrás que cargar conmigo nunca mas.
Ella cayo sobre él, la silla de ruedas se rompió y ambos caímos al piso.
El mismo puñal que había segado la vida de su amada ahora se llevaba la suya, la sangre de ella y la de él se mezclaron en el mismo cruel destino.
Sus parpados se pusieron pesados, su vida se escapaba a borbollones por la herida en su corazón. Su piel y la de ella se tocaron y notó que aun estaba tibia, lloró de rabia.
Lloró por sus vidas perdidas, en aquella trinchera de Verdún.
Angus Locke
*Derechos de autor registrados

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