CUENTO: La cueva de los indios



El camino se desenrollaba lentamente a mis pies, el cielo gris plomizo apenas dejaba ver la luz del sol, los arboles a ambos lados del asfalto,  un metro de banquina  a cada lado de tierra suelta el ambiente húmedo y pesado los pasos se acompañaban de un sordo chapoteo  al estrellarse las suelas en el piso y luego al despegarse la misma al siguiente paso.
Parecía querer impedir mi caminar esa fría capa de humedad y barro; mala pesadez de mis pasos cansados lo gris y solitario del paisaje, la insufrible humedad y aquellas distancias que costaba reducir se volvían un escollo obstinado
Poco a poco fue apareciendo una hendidura en el bosque el camino apenas visible entre los arboles serpenteaba la espesura, ahora la grava crujía bajo mis pies, ya no veía el cielo solo troncos gruesos habitados por musgos algunos y grandes hongos otros la desolación del lugar invadía mi pecho y anudaba mi garganta.

Un tronco caído semi quemado por un rayo… supongo sirvió como asiento para mi agotada humanidad; hurgue en mi mochila y bebí de la botella plástica un largo sorbo de agua, descansé un poco me recosté y casi al instante caí en un sueño profundo.
 Mi trabajo policial me había metido en esta locura dormido en lo profundo del bosque investigando desapariciones que se habían sucedido a lo largo de los años, paso lo usual … un acampante que jamás  vuelve, alguien encuentra sus cosas se denuncia su desaparición parientes ansiosos, vah! Lo más seguro es que se fueran con un amante pensaba yo.
Desperté en plena oscuridad, las hormigas usaban mi bota como atajo, algunas alimañas escaparon cuando me moví, sentía el cuerpo entumecido por el frio pero un agradable olor a pino silvestre inundaba mis sentidos.
Busqué un farol de gas que tuve la precaución de traer y abrí la bolsa que mi esposa preparó con comida por si tenia hambre y la verdad que tenía…separé un pequeño trozo de galleta y se lo ofrecí a un roedor del bosque, desconfiado no se atrevió a salir de su escondite… “te lo perdes” pensé un trozo de carne, un huevo frito y una bola de puré de color indefinido serian mi cena, acompañado con unas galletas de cereal, arquee la ceja en señal de disgusto y decidí que comería más tarde. Unas ramas secas y unos papeles que tenia en la mochila hicieron una buena fogata, un poco de hierba verde y el humo espantó a los mosquitos que eran verdaderas dagas voladoras, tenían toda mi atención y mi odio, lentamente mis ojos se adaptaron a la luz tenue y empecé a discernir el entorno, las ramas crepitaban y las llamas reflejaban en los troncos gruesos del bosque.
El tronco en el que me recosté no estaba ahí al azar, había un pequeño claro que formaba una bóveda protegida por el follaje era perfectamente circular y solo había una entrada visible, distraído en mis pensamientos no noté que el roedor había decidido llevar el trozo de galleta que le dí, me causó gracia e hice una mueca. Mire mi correo electrónico y no había señal, ni llamadas ni internet, ni nada. Comencé a leer mis apuntes los casos se remontaban a la época de la conquista, soldados españoles relataban extraños sucesos, desapariciones que no dejaban rastros, gritos desgarradores a  veces algo del infortunado un efecto personal pero en todos los casos era obvio que venían a este lugar preciso del bosque.
La cueva de los indios,  le llamaban, la lectura no me abría los sentidos y me dispuse a cenar, abrí la vianda y en un segundo la comida desapareció, pensé en mi mujer llamándome la atención por comer tan rápido, después de comer miré otra vez mi celular insultando a la empresa de telefonía, empecinado el teléfono seguía diciendo sin señal, quería desearle buenas noches a mi esposa e hija como siempre lo hacía, volví a acurrucarme y me dormí pensando en ellas.
Dormí profundo empecé a soñar me ví en aquel mismo lugar un sueño en blanco y negro como una foto antigua  ví una niña indígena muy bonita y dulce reogiendo flores a orillas del mismo bosque un grupo de indios se le acercó ella los saldó con una sonrisa sin responderle la tomaron del brazo las flores cayeron al piso una de sus sandalias también la arrastraron a la cueva dl indio y allí sobre aquel mismo tronco abusaron cruelmente de ella, ví cada detalle de aquella atrocidad mis lagrimas brotaron de furia e impotencia sobre aquel mismo tronco le rompieron el cuello y la dejaron tendida.
Sentí dolor y sufrimiento, odie todo aquello poco a poco las imágenes en el sueño se volvieron sepia, me dio la idea de estar en el mismo sitio aunque un tiempo después, oí palabras en español antiguo vi un soldado colonial con su capa carmesí su cota de malla y una gran espada con el una sollozante indígena arrastrada a la cueva de los indios  del cabello, un negro y largo cabello que le impedía escapar, nuevamente tuve que ver escenas desgarradoras la violó y una vez satisfecho a pesar de los ruegos y sollozos de la chica la mató sin piedad su cuerpo quedó tendido también boca abajo sobre el mismo tronco, mis lagrimas no cesaba de caer angustia un nudo en la garganta… pronto vi colores en el sueño, parecía un ambiente mucho más reciente, una dama en un caballo llegó al sitio descendió sonriente, entendí que buscaba a su amante, una vez dentro de la cueva, vio  un papel clavado con un puñal al trono caído con roja sangre identificó la letra de su amigo y cómplice, él lo sabe decía, horrorizada se llevó la mano a la boca y quiso salir de allí su esposo parado en la única salida se lo impidió no hubo reclamos ni reproches la abofeteo con fuerza ella cayó al piso envuelta en lagrimas él salió y le habló a unos hombres que lo acompañaban háganlo dijo fríamente  ellos saciaron sus instintos con la pobre mujer una, dos… diez veces la golpearon, la torturaron y por fin la desmembraron con sus machetes estando aun viva.
Caí de rodillas y vomité mi desconsuelo y mi dolor eran enormes el dolor de la injusticia y la impotencia taladraron mi razón traté de despertar pero no pude vi por lo menos seis hechos más, mujeres violadas, humilladas y asesinadas sin piedad, pensé que esas podrían ser mis hijas o mi esposa sudaba temblaba y hecho una bolita abrazaba mis piernas, lloraba desconsoladamente sufriendo en lo más profundo de mi corazón por toda aquella barbarie, sentí una caricia en mi pelo y un susurro, me senté asustado, una niña indígena con su largo cabello negro su carita redonda y sus grandes ojos me miraban incrédula me quedé paralizado su imagen me sobrecogió de miedo y a la vez deseaba expresarle cuanto me apenaba su destino en las sombras vi siluetas todas de mujeres aquellas que había visto morir de formas aberrantes, pronto noté  que la niña solo mostraba su perfil izquierdo, como si quisiera ocultar un defecto con su mano izquierda le dije que lo lamentaba por todas que todo lo que sufrieron fue atroz ella me sonrió de costado y ahora lentamente giró su cara y me miró de frente la mitad derecha no tenia piel ni sangre estaba en el mismísimo hueso pelado el terror me invadió, su huesuda mano derecha se hundió en mi pecho, oí mis costillas y esternón quebrarse aun derramaba lagrimas, cuando sus uñas se clavaron en mi corazón lo sacó de mi tórax y aun palpitante se le mostró a las sombras estallaron en aplausos y gritos de alegría por qué alcancé a decir… ella volvió a mostrarme su lado izquierdo y ebria de odio dijo “todos son iguales” comprendí que todos aquellos a los que buscaba habían compartido mi destino con el corazón arrancado por el odio y el dolor acumulados en la cueva de los indios, también comprendí que la venganza fría y dulce rara vez la recibe el culpable sino seguro es que la pague un inocente, nunca importó quién era Yo, sino que era yo.. un hombre.


Angus Locke
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